Algunas preguntas de nuestros hijos nos ponen en aprietos. A veces porque no sabemos la respuesta y creemos que nos admirarán menos si se dan cuenta, pero otras veces por tratarse de preguntas que nos hacen sentir incómodos porque están relacionadas con temas que pueden perturbarnos, como el sexo, las adicciones, las ausencias y la muerte. Sin embargo, si escuchamos sus preguntas con atención, descubrimos que lo que realmente quieren saber no es de lo que tenemos hablar, sino algo más fácil de responder. En realidad, cualquier tema puede ser manejado si lo afrontamos con calma e intentamos responderlo de una manera simple.
Un primer paso es averiguar que quieren saber realmente. A menudo, cuando los niños preguntan, por ejemplo, de dónde vienen los bebés, los papás sufren porque piensan que ha llegado el temido momento de explicar el tema de la reproducción y la sexualidad. Para un niño pequeño, esto estaría por encima de sus capacidades de comprensión y lo confundiría. Tal vez lo que quiere saber es algo mucho más elemental. En ese caso lo recomendable sería explicarle, en términos claros y con tranquilidad, el tema puntual al que se está refiriendo.
Es esencial que le hagamos saber que su curiosidad es bienvenida. Si nos ofuscamos y nos ponemos tensos ante las preguntas del niño, puede llegar a la conclusión de que preguntar es malo, o que si quiere saber algo no debe recurrir a sus papás sino a otras personas. Es normal que haya ciertos temas que nos incomoden; podemos ser honestos con el niño y explicarle que nos sucede eso, pero que está bien que nos pregunte eso.
Lo más importante, más que las respuestas que les demos, es construir un sólido canal de comunicación con nuestros hijos. Si saben que estamos ahí para escucharlos podrán manejar mejor los cambios que atraviesen durante la adolescencia y la juventud, y así tomarán decisiones más sensatas.
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