De
acuerdo con su función educativa, según Queyrat los clasifica de la siguiente
manera:
v Los
juegos que interesan a la movilidad (motores)
Estos
juegos tienden al desarrollo muscular, mediante ejercicios de músculos de brazos,
piernas, etc. hasta juegos con aparatos.
v Los
juegos propios para la educación de los sentidos (sensitivos)
Se
realizan utilizando diversos objetos que educan la mano, oído, la vista, etc.
v Los
juegos para desenvolver la inteligencia (intelectuales)
Estos
juegos se realizan mediante la experimentación y la curiosidad infantil que
tienden al desarrollo de la inteligencia. Ejemplo: los rompecabezas.
v Los
juegos para el cultivo de la sensibilidad y la voluntad (efectivos)
En
éstos caben todos aquellos juegos que tienden al desarrollo de los instintos
sociales o altruistas. La elección de los juegos efectivos toca al hogar y a la
escuela, con el fin de evitar la proliferación de juegos que no conducen a la
formación de buenos hábitos.
v Juegos
artísticos
Satisfacen
principalmente el libre juego de la imaginación, en los que es más viva la
ilusión, propenden a la cultura estética de los niños según sus tendencias,
habilidades y aptitudes. Estos pueden ser: Pintorescos, épicos,
arquitectónicos, de imitación plástica, pictóricos y dramáticos.
Teniendo
en cuenta al sujeto o sujetos que participan
en el juego, se divide en juego individual: el niño juega solo; y juego
social: cuando lo realiza con otros.
El
juego individual comprende las siguientes fases:
1.
El juego con los propios miembros.
Cuando el niño se complace en el movimiento de su cuerpo, sus brazos, sus manos,
sus dedos se sujetan a toda clase de prueba.
2.
El juego con las cosas. Es el
momento en que la cosa propiamente dicha interesa al niño: es objeto de una
intensa manipulación que se efectúa con las manos, pero bajo la dirección de la
vista. Es el período del juguete.
3.
El juego de imitación. Cuando trata
de imitar los movimientos y actitudes de las personas mayores, las ocupaciones
de sus padres, vecinos, etc.
4.
El juego de ficción. Es aquel en
que el niño se vale de una cosa para figurar otra. La imaginación infantil
modifica el fondo de las cosas cambiando la personalidad verdadera de los seres
poniendo alma a las cosas. De esta manera da vida a sus juguetes. Por la misma
potencia de la imaginación el niño cambia de personalidad; si juega a la
escuela, él se siente maestro, si juega con un palo de escoba, lo considera
caballo. Juega a la familia, a la guerra, etc.
El
niño por su imaginación transforma las cosas y los seres; pero no es
enteramente engañado por ellas, lo vemos fabricar panes o masas de barro, pero
nunca lo vemos comer esos manjares.
El
juego social de manifiesta desde los seis años, edad en que adquiere la
capacidad para jugar con otros y para hacer un papel social. A partir de los
seis años hasta los 12, el niño está en la tercera etapa de la infancia. Está
en la edad propiamente escolar.
Calzetti,
clasifica los juegos en:
1.
Juegos de experimentación.
Sensoriales:
hacer ruido, examinar colores, escuchar, tocar objetos.
Motores:
ponen en movimiento los órganos del cuerpo u objetos extraños.
Psíquicos:
Intelectuales (de comparación, de reconocimiento, de relación de razonamiento,
de reflexión y de imaginación), Afectivos (en los que intervienen emociones o
sentimientos) y Volitivos (donde intervienen la atención voluntaria).
2.
Juegos sociales.
Los
de lucha corporal o espiritual.
El
juego además de aportarle al niño placer y momentos de distracción, es una
actividad que estimula y exige diferentes componentes del desarrollo infantil.
Es el escenario en el cual los niños pueden practicar la experiencia de medir
sus propias posibilidades en muchos ámbitos de la vida.
El
juego pone en marcha las habilidades cognitivas del niño, en cuanto que le permiten
comprender su entorno y desarrollar su pensamiento.
El
juego con los iguales y con los adultos es un potente instrumento que facilita
su desarrollo social, en cuanto que aprende los rudimentos de la reciprocidad,
dar y recibir y de la empatía.
El
niño decide la historia de los personajes de su juego: lo que hacen, durante
cuánto tiempo, de qué manera, quién está implicado, etc. además le presta sus
sentimientos y sus emociones, la expresión de sí mismo. Por otra parte, el
equilibrio emocional que se consigue con el juego es un estado placentero que
siempre se tiende a buscar.
El
juego estimula el desarrollo motor del niño, ya que constituye la fuerza
impulsora para que realice la acción deseada.
Por
ello es importante que los padres estimulen el juego en los hijos desde los
primeros meses de nacido no sólo por la estimulación en sí, sino porque
establece una interacción mutua satisfactoria adulto-niño.
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